Un ágora reprimida, el más violento acallamiento en la historia del país, que silenció definitivamente el reclamo de cientos (tal vez miles) de jóvenes, una generación idealista sometida hasta la muerte. “Dos de octubre no se olvida”.
En 1968 mientras una revolución de amor se fraguaba en los Estados Unidos y germinaba un pensamiento más liberal expresado a través de manifestaciones juveniles ante la guerra con Vietnam, en México el ex Secretario de Gobernación Gustavo Díaz Ordaz quien ya había mostrado hostilidad para con los movimientos opositores ocupaba el mayor puesto político del país.
El gobierno a la expectativa de los juegos olímpicos que se celebrarían en México el mismo año y con miras en las relaciones internacionales que devendrían, decidió neutralizar con más violencia los enfrentamientos entre estudiantes de vocacionales del IPN y la preparatoria Isaac Ochoterena. La intensiva ofensa de los granaderos provocó que estudiantes de diversas instituciones, principalmente de la Universidad Nacional Autónoma de México, se levantaran en protesta, organizaran manifestaciones pacificas y un consejo de huelga.
Se cumplían 146 días del movimiento, el 2 de octubre parecía lograrse un adelanto en la negociación entre el Consejo Nacional de Huelga y la Presidencia de la República al establecerse representantes gubernamentales, sin embargo el gobierno ya había declarado en silencio una guerra sucia contra el movimiento estudiantil.
En la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco se congregaron miles de personas: estudiantes, madres e incluso niños. Apenas acordaban una huelga de hambre ante las olimpiadas cuando chispazos verdes descendían, eran luces de bengala lanzadas desde un helicóptero en el aire. Este fue el redoble que iniciaría la masacre posterior.
El ejecutivo federal prosiguió con la estrategia extremista de aniquilar el movimiento mediante el uso de la máxima fuerza del estado: el ejército. El órgano superior encargado de salvaguardar a la nación abrió fuego, le siguió un grupo de francotiradores en los edificios alrededor de la plaza.
Civiles y estudiantes indefensos ante el rocío de metal, detonaciones continuas que duraron casi una hora. El resultado fue tan trágico que humedeció el suelo de la plaza con sangre de jóvenes mártires…
Desparecidos, heridos, presos políticos su único delito: pretender cambiar la nefasta política de aquellos años y defender sus derechos. No sólo se violó el artículo 9 de nuestra Constitución, se arrebató la vida de un número aún indefinido de jóvenes.
Familias laceradas ante un régimen cínicamente autoritario que con el pretexto de mantener la paz, actuó violentamente en represión del derecho de manifestación. Los culpables no han sido enjuiciados y la cifra de bajas aún es incierta. Muertes injustas por las que nunca podrá diluirse el significado sangriento de Tlatelolco y no ha bastado con la indignación del pueblo mexicano. Cada año se repetirán los sonidos de la historia. Dos de octubre: un capítulo imborrable en la historia de nuestro país.
En: Vías No. 5, Octubre 2009
18:19
Dos de Octubre: simplemente "no se olvida"
Publicado por
Aidé Vázquez
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Olimpiadas 68
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1 comentarios:
y seguimos en la lucha!!!
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