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¿En qué momento de la historia nos convertimos en seres tan indiferentes? Si creemos, porque no están atacando a mi credo. Si no creo, porque no me interesa que a otros les destruyan un sitio sagrado. De igual manera, no me importa.

No pretendo justificar las atrocidades que los gobernantes realizan, las traiciones a la gente y la falta total de compromiso con aquellos por los que deberían trabajar: la ciudadanía. Pero me cuesta aceptar que los mismos que a diario nos quejamos de los problemas que nos afectan, seamos tan indiferentes a los problemas de otros. Problemas serios y graves.

Recuerdo que cuando estaba en la primaria, en mis deficientes clases de historia, todos los temas giraban en torno a las batallas perdidas, los héroes caídos y una larga tradición de recordar todo eso que México “ha perdido”. Con el tiempo me fui preguntando a mí misma, ¿qué debieron haber sentido los indígenas mexicanos cuando llegaron los españoles? Cómo habrán reaccionado al ver que sus templos, casas y familias, eran destruidas porque así lo habían decidido otros que no tenían ningún poder sobre ellos. Cuando leía historias relacionadas, me imaginaba la impotencia y las ganas de querer morir, antes de ver cómo el mundo que te rodea se esfumaba en manos de personas que lo único que buscaban era ganar. Oro, poder, mujeres, territorio, la idea era quitarle a un país de “raros” cualquier noción de propiedad y adueñarse de todos. Total, decían que eran seres “inferiores” porque hablaban con palabras que no se entendía, porque vestían distinto, se alimentaban de otras cosas y creían en dioses que no

eran Jesús. Una iglesia católica obsesionada con acrecentar su poder y tachar de bestia a todos los que no creyeran lo mismo; que veían en la diferencia de creencia, un problema urgente cuya única solución era la conversión a la fuerza y sin preguntar. Así me lo pintaban en la infancia, así lo creí y así me obsesioné con esa horrible idea de sufrimiento.

14 o 15 años después, me paralizo al estar viviendo una situación igual, pero con alrededor de 500 años de diferencia. Los wixaritari están a punto de presenciar cómo los habitantes del país del que son parte, se cruzan de brazos mientras el gobierno le entrega a una compañía canadiense, el derecho (que no tiene) a explotar un sitio que representa uno de los lugares físicos en los que se basan sus creencias.

No sólo se está dañando la base de una cultura que por siglos ha luchado para mantenerse de pie, luchando contra adversidades físicas y sociales, se está dañando también una forma de pensamiento que todavía depende de ese otro aspecto que al humano le es indiferente, pero sin el cual no podría vivir: la naturaleza. Incluso se está dañando a poblaciones cercanas que no piensan en nada más que en encontrar una fuente de trabajo, a costa de lo que sea y bajo las condiciones que les den. Los wixaritari, en su mayoría, no están ubicados en las cercanías de Wirikuta; la mayor parte de sus comunidades están en terrenos de alta montaña. Lugares a los que se han ido porque las condiciones a través de los años así los han orillado, ellos buscan vivir en armonía con la naturaleza, trabajan bajo sus parámetros de no explotación natural, no gastan ni la décima parte de agua que usted o yo usamos sólo al bañarnos bajo las cómodas regaderas de nuestras casas. Celebran que la tierra les entregue los frutos que merecen y saben aceptar la sequía, asumiendo la responsabilidad de que quizá no fueron buenos con la madre tierra durante ese año. Cuidan gran parte de los recursos naturales que a nadie de nosotros le importan cuando subimos a un auto, pero que con gusto todos disfrutamos en la vida diaria.

¿Sabe a cambio de qué lo hacen? A cambio de nada. Lo hacen porque en eso creen. Así como muchos creen en un trabajo bien remunerado que les permita tener bienes materiales; así como otros creen que tener poder sobre otros los hace mejores; como los religiosos creen en sus santos y en sus dioses; así como cada persona es libre de creer en lo que quiera, en nada, si es que así lo desea. ¿Pero sabe qué no es justo? Que cada persona en este país esté tan dentro de su mundo individualista, que se vuelva indiferente a las injusticias ajenas. Peor aún, que seamos parte del problema y nos quejemos de eso.

Si estuvieran a punto de derrumbar la catedral metropolitana, los católicos (incluido gran parte del gobierno) estarían armando un escándalo. A quién trato de engañar, ni siquiera habría sido posible que alguien intentara derrumbarla. Los detractores, harían chistes al respecto y dirían estar de acuerdo en que ocurriera; positiva o negativamente, le darían atención. ¿Cuál es la diferencia? ¿Que los wixaritari son pocos? ¿Que no les inventaron deformaciones en sus palabras para después decir que predijeron el fin del mundo (porque los mayas no predijeron el fin del mundo) y por eso no son “famosos”? ¿Que no hay muchos turistas que visiten la zona de Wirikuta? ¿O simplemente se debe a que, al no representar un gran sector de la población, no existen?

¿En verdad podemos ser tan ausentes a este tipo de acciones? La vida no gira en torno a nuestras vidas y los nuestros, no son los únicos problemas. A diario, en todo el mundo, hay personas que están luchando por salvar lo poco valioso que les queda en sus vidas, las situaciones son muchas y muy distintas. Yo todavía sigo admirando a aquellos que valoran más lo que no pueden comprar, pero que por desgracia, la sociedad ha materializado para poder venderlo. Los admiro y añoro haber podido crecer en un ambiente como el de ellos. No puedo pedirle al resto de la gente que lo entienda, porque son contextos totalmente distintos, pero me llena de impotencia ver que seamos tan cerrados a pensar que nuestros problemas son los únicos importantes, pero que nos indignemos cuando nos pasa algo y nadie más actúa.

No me sorprende que el presidente de México, Felipe Calderón, además de los gobernadores de San Luis Potosí, Durango, Jalisco, Nayarit y Zacatecas, rompieran un pacto para la preservación y el desarrollo de la cultura wixárika. Me sorprende que estemos dispuestos a ver cómo atacan una parte de nuestra cultura que los wixárika tanto han luchado por mantener mientras el resto la despedimos con una supuesta añoranza.

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